El Mundo

El descenso de Navalni a los infiernos del sistema penitenciario ruso

por Ignacio Ortega

MOSCU, Rusia.- Como otros enemigos del Kremlin, el líder opositor, Alexéi Navalni, ha descendido a los infiernos del sistema penitenciario ruso. Medio millón de presos habitan el archipiélago correccional que intenta romper con el lúgubre pasado del GULAG.

“La cárcel es como un país en miniatura. Si quieres conocer Rusia, tienes que ir a prisión. Enseguida lo entenderás todo, lo bueno y lo malo. Los barrotes sacan lo mejor y peor del hombre”, comentó a EFE Eduard Mijáilov, que cumplió 20 años de cárcel por asesinato.

Los presidiarios como Mijáilov, que salió en libertad hace dos años, creen que, además de la violencia diaria a la que se exponen, el mayor problema de las cárceles rusas es que el preso no es reeducado, por lo que tiene pocas posibilidades de rehabilitarse.

Portal al infierno

Antes de llegar al infierno, cualquier condenado en Rusia debe pasar antes por el purgatorio.

Debido a que los centros penitenciarios rusos se encuentran esparcidos por toda la geografía nacional, los presos deben recorrer a veces miles de kilómetros antes de recalar en lo que será su nuevo hogar.

“El recorrido puede llevar, en algunos casos, hasta dos meses”, explica Ernest Mezak, abogado y activista.

Esta travesía es conocida como “etapirovanie” (traslado por etapas). Los viajes se realizan en “vagonzak”, vagones especiales que pueden transportar varias decenas de presos hacinados en camarotes sin ventanas ni ventilación de 3,5 o 2 metros cuadrados, por lo que deben turnarse para dormir.

Recientemente, gracias a una denuncia ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, Mezak logró que se redujera el hacinamiento en las celdas grandes hasta 10 y en las pequeñas hasta cuatro.

Si la peregrinación es larga, el preso hace parada en prisiones de tránsito, donde la norma es la insalubridad.

“Los traslados tienen un efecto terrible en la psicología de los presos. Para los primerizos es un portal al infierno”, añade Mezak.

Hacinados sin agua

Debido al diseño de los vagones, que apenas ha evolucionado desde los tiempos del GULAG, los presos no se pueden poner de pie y apenas tienen espacio para moverse, ya que tienen que llevar consigo sus pertenencias personales.

Muchos presos han denunciado la crónica falta de agua, pero lo peor de todo es la imposibilidad de ir al retrete más de una vez al día.

“En tiempos soviéticos nos daban arenque salado y pan negro. Muchos sufrían cólicos renales y dolores insoportables”, comenta Mijáilov.

Los que tienen más experiencia, llevan botellas de plástico, donde orinan y sólo acuden al retrete cuando las necesidades son mayores.

Como la comida viene en polvo y también debe ser mezclada con agua, muchos deciden simplemente abstenerse de comer para soportar el viaje sin contratiempos.

Incomunicados en el limbo penitenciario

Además, los pasajeros de esos funestos trenes están incomunicados desde que abandonan la prisión preventiva hasta que son internados en prisión.

Los abogados y sus familias desconocen su paradero y su destino, limbo que ha sido calificado por Amnistía Internacional de “privación ilegal de la libertad”.

Si las distancias son pequeñas, las presos son trasladados en “avtozak”, furgones donde las celdas individuales son conocidas como “stakan” (vasos), ya que tiene entre 30 y 50 centímetros cuadrados, y poco más de metro y medio de altura, lo que imposibilita cualquier movimiento.

En dichos furgones no hay ni luz, ni calefacción ni retrete, lo que ha llevado a AI a llamar urgentemente a Rusia a acabar con “los últimos vestigios del GULAG”.

Torturas a la orden del día

“Todo el sistema es heredero de los campos de trabajo soviéticos, pero no es el GULAG”, insiste Mezak.

Mijáilov, que estuvo en total 32 años en prisión por diversos crímenes, coincide con el abogado en que las condiciones en las cárceles han mejorado en los últimos años.

“En una de mis penas, entré en prisión en 1988 y cuando salí, en 1993, ya había caído la Unión Soviética. La comida, por ejemplo, ha mejorado. Antes, la mayoría éramos bandidos. Ahora, muchos de los internos son jóvenes condenados por drogas”, apuntó.

Pero no todos están de acuerdo. Es el caso del activista Ruslán Vajapov. Fue condenado a 7,5 años de cárcel por corrupción de menores por hacer sus necesidades al borde de una carretera.

“La policía se vengó de mí. Yo tenía un negocio. Como no les quise pagar y, además, los denuncié ante la Fiscalía, me metieron en la cárcel”, relata.

Vajapov fue enviado a la trágicamente famosa cárcel de Yaroslavl, donde la prensa ha denunciado numerosos casos de torturas.

“Cuanto más me quejaba, más me pegaban. Los presos nunca me tocaron, fueron las fuerzas especiales. Iban enmascarados y sin distintivo”, rememora.

Se cebaban especialmente con los más rebeldes, incluido los activistas opositores.

“Me golpearon con porras, los puños y los pies. En una ocasión ni me podía quitar el pantalón de lo hinchadas que tenía las piernas”, denuncia.

Ahora se dedica a conducir un autobús por menos de 200 euros al mes y a ayudar a otros presos.

“Me estropearon la salud para siempre. Después de la cárcel no eres nadie, no hay futuro. Esto es Rusia. Lo único que tienes garantizado son los dos metros bajo tierra”, asegura.

EFE.

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